Con Q de queso

Se llama Juan Francisco, pero le conocen por Quico. Lo que no tengo muy claro, es si le gusta Quico con Q, o Kico, con K. Nunca le he visto escribir este nombre, porque cuando firma o hace escritos pone Juan Francisco, y hace un garabato muy raro. A mí me gusta Quico ¡con Q de queso!

Mi padre es pellejero, lanero, comerciante…, o transportista, no se sabe muy bien en que proporción de cada cosa, ni porqué. Al menos a mi no me queda del todo claro cuando nos cuenta cosas de su vida. Lo lógico es que hubiera sido zapatero, como mi abuelo, pero intuyo, por las historias que cuenta y cuando habla con otras personas, que no le hacía mucha gracia hacer lo mismo que su padre. Por cierto, yo tengo el nombre de mi abuelo, y mi hermano el de mi padre.

– Sergio, – dice mi padre -, ahora te toca conducir a ti, ¡acércate!

– ¡Bien!, – me arrimo todo lo que puedo a él para agarrar con fuerza el volante y poder pisar el acelerador-. Aunque ya lo he hecho muchas veces, los escalofríos me suben por el pecho de la emoción.

Conduzco con cuidado. Bueno, lo que para un niño de 11 años puede llamarse conducir, pues que mi padre controla también el volante y, por supuesto, el freno. Es verano y estoy de vacaciones. Voy a 5º de EGB, pero como he aprobado todo, en septiembre empezaré 6º ¡Y en 6º ya vamos con chicas! No sé cómo será una clase con chicas porque hasta 5º siempre somos chicos con chicos y chicas con chicas. Mi hermano y yo vamos a la escuela pública que está al lado de casa. Mi hermana, que es un año mayor, va al colegio de monjas, pero yo creo que allí solo saben hacer trabajos manuales. 

Nací en 1962 y acabo de cumplir 11 años el día 22 de junio, justo cuando termina la escuela y empieza el verano. ¡Es la mejor época para cumplir años! No me gusta cumplir años en invierno. Mi cumpleaños es el mejor día del año.

– Papa, este camino es nuevo – digo yo -. Hay muchos baches. 

– Es un camino para ir a la finca El Pedroso –contesta -. Vamos a casa de Cipriano, el pastor, para para llevarle los sacos de pienso que nos encargó, y de paso, si tiene, comprarle pieles o lana.

No quito ojo del camino – no me deja conducir por carreteras -. Mi padre me va hablando: levanta un poco el pie del acelerador…, frena un poco más…, cambia a segunda que ahora hay piedras…, y cosas por el estilo. Cuando voy con él, siempre llevamos la radio encendida y siempre pone Radio Nacional. Ya me he acostumbrado a oír noticias…, charlas de personas hablando y opinando de todo…, canciones…, llamadas de teléfono de gente que quiere hablar…, y cosas así.

Nuestro camión…, bueno, no es un camión, es más bien una furgoneta o camioneta. Pero para mí es como un camión, porque sirve para cargar las mercancías que transporta mi padre, y las demás cosas que compra y almacenamos en casa hasta que las vende. Mis amigos tienen tractores para trabajar. Pero nunca me ha importado. Es más, me gusta que sea así, porque siempre ha sido así. 

Como decía, mi padre nos cuenta muchas veces que empezó a trabajar muy joven… ¡casi de mi edad!, con una bicicleta. Con 15 años la cargaba ¡hasta con 50 kilos! de pieles de conejo, de lechazo, sacos de esparto, colas de caballo…, y más cosas que ahora no quiero contar. Después de la bicicleta, tuvo 2 motos, y luego, después de haberse casado con mi madre, compró su primer camión o furgoneta. Ésta es la tercera, y la primera que conduzco. Es de color hueso, – no sé cómo se llama ese color-. Mi padre dice que se rompen porque hacen muchos kilómetros. Además, está la sal. Transportamos mucha sal para conservar las pieles; las nuestras y las de otros pellejeros que se la encargan. Va a por ella a salinas de Alicante, pero a mí nunca me ha llevado tan lejos.

Cuando llegamos a esa finca…, el Pedroso o como se llame, cambio de velocidad. Meto segunda y voy reduciendo la marcha hasta que mi padre frena. Yo no llego al freno. Según lo que quieras hacer, metes primera, segunda, tercera o cuarta. La cuarta es la mejor, porque es la que mas corre. La marcha de atrás no mola nada. Mi padre dice, que cuando tenga edad para sacar el carnet de conducir, que le ahorraré mucho dinero porque no necesitaré hacer prácticas. Y a mi hermano, también le está enseñando, pero casi nunca va él porque por algo soy el mayor. 

– ¡Hola Quico! – veo que traes al chaval – dice Cipriano.

– Buenas tardes Cipriano – ¿Cómo va? – Responde mi padre.

– Como siempre, trabajando como un mulo para sacar cuatro pesetas. 

Cipriano está ordeñando una oveja. Ya lo he visto muchas veces, pero nunca me canso de verlo. ¡Los pastores saben hacer cosas increíbles! 

– Ahora te ayudo a descargar el pienso. ¿Tienes algo para mí?, – dice mi padre.

– Dos lechazos y una oveja que desollé ayer. 

Yo ya lo sé. Hablan así, pero se refieren a las pieles, no a los animales con carne. Es su forma de hablar.

– Uno de los lechazos está roto en un lado – dice mi padre mirando y examinando las pieles-. Vale la mitad que el otro. Te doy 600 pesetas por las tres. 

– Hasta otro día –se despide mi padre -, que Sergio quiere llegar pronto para ir un rato a jugar con los amigos.

A veces, mi padre me pone a mí como excusa. Me callo y no digo nada, porque lo sé. Le gusta llegar a casa antes de anochecer. Nunca es de su agrado conducir por la noche. ¡A mí tampoco me gusta conducir por la noche!

Ahora conduce él, porque cuando vamos por la carretera no me deja el volante. Vamos relajados escuchando la tertulia de la radio. Tengo algo de hambre, pero sé que cuando lleguemos mamá me hará un bocadillo de los que me gustan.  No creo que me dejen salir a la calle, porque llegaremos un poco tarde. Luego hacer los deberes y ver un poco la televisión. ¡Día completo!

Publicado por Sergio Alonso

Sin amor, la vida es hacer tiempo.

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