Los guardianes de nidos (2ª parte)

Retomamos la historia de la curiosa amistad que se había creado entre Joel y Piveloz.

Después de conocerse, y dado que para Joel ya se había hecho tarde, y su madre le llamaba para que entrara en la casa, quedaron verse al día siguiente, que por suerte era sábado y no había colegio, para comenzar el entrenamiento de Joel como guardián de nidos. No es necesario decir que Joel no durmió en toda la noche. No hacía más que pensar en cuales serían sus cometidos y si sería peligroso o muy arriesgado ser guardián de nidos. Tan pronto estaba loco de contento con la nueva responsabilidad, como muerto de miedo y asustado del lío en el que se estaba metiendo. Por supuesto, hay cosas que tenía muy claras: no podía contar nada ni sus padres, ni a sus amigos. Así se lo había prometido a Piveloz.

A la mañana siguiente, una vez que se había levantado de la cama, aseado y tomado su desayuno de la forma habitual para no levantar sospechas en sus padres, se dispuso, distraídamente, a salir a jugar como hacía todos los sábados. Por supuesto, para disimular, cogió su carabina e hizo como que iba a practicar el tiro.

Salió al corral de la parte trasera de la casa, y dejó la carabina en una de las pequeñas construcciones que tenía la hacienda, y que servían de almacenes, paneras y trasteros. Después salió por la de la parte de atrás sin que le vieran.


       Había quedado con Piveloz que se encontrarían al final del pueblo, a la altura de la fuente de piedra. Esa fuente, en su tiempo, fue la que utilizaban todos los habitantes del pueblo para llenar botellas, cántaros o cacharros de agua, incluso para lavar la ropa; pero ahora solo servía para que los distintos animalillos que se acercaban pudieran sanar su sed. Bueno, también servía de lugar de juego para los niños, pues a partir de ella, se acaba la parte urbana y habitada del pueblo, y… ¡Empezaba la ventura!


      Por ello, allí habían quedado. Por eso, y porque al parecer, los nidos que se disponían a proteger no quedaban demasiado lejos. Entre los numerosos árboles del bosquecillo que se encontraba detrás de la fuente, y entre los variados matorrales y cultivos, solían anidar los distintos tipos de aves. Pero los gorriones listos, sabían buscar los mejores sitios para construir los nidos.


     El gorrión, había explicado al niño cuales eran los sitios mejores para hacer nidos. Se lo había explicado de forma general, pero ahora ya se disponían a guardar durante ese día, algunos nidos concretos.

Joel, llegó primero a la fuente, pero no tuvo que esperar mucho rato. El gorrión le llamó desde la rama del árbol más próximo a la fuente.

– ¡Joel! ¡Joel!, ya estoy aquí. Ven y sígueme –gritó Piveloz.

Joel echó una mirada a los árboles, y no tardó en verle.

-Ya voy –Dijo.

-¿Has tenido algún problema para venir? –le preguntó Piveloz.

-Todo en orden tal como lo habíamos planeado –contestó orgulloso Joel.

-¡Perfecto!. Entonces… ¡Sígueme!

Y los dos, uno volando y otro caminando, se adentraron, poco a poco, por el pequeño bosquecillo. No tardaron mucho en llegar al lugar de destino. Joel miraba por todos los lados, pero no veía ningún nido.

-¿Seguro que es aquí dónde están los nidos? No veo ninguno – dijo Joel sin dejar de mirar hacia arriba de un lado para otro.

-Eso es buena señal –dijo Piveloz-. Quiere decir que hemos elegido bien los sitios dónde instalar nuestros nidos, si los chicos como tú no les veis a primera vista. Hay que estar prevenidos para todo.

El día anterior, Piveloz había estado explicando a Joel como se defendían y trataban de despistar, de las “alimañas destruye nidos”. Serpientes, halcones, gavilanes o águilas, eran los mayores peligros que tenían en ese bosque. Aunque algunas veces, pasaban verdaderos apuros con las ardillas (por lo juguetonas que eran con los huevos), zorros o ratas. Luego voló un poco hacia arriba, entre unas ramas, e indicó a Joel, que por supuesto miraba desde el suelo, la situación de un nido. ¡Desde el suelo no se veía de lo disimulado que estaba! Había tres huevecillos, y en ese momento, mamá gorrión estaba con ellos, y por cierto, miraba con miedo y extrañeza al peligro que para ella representaba Joel. Pero Piveloz la explicó que no se preocupara, que era amigo suyo.

Joel, en esta conversación entre pájaros, solo entendía palabras sueltas de Piveloz, porque apenas le oída por la altura, pero al otro pajarillo solo le oía piar, y por supuesto, no entendía nada. Al parecer, la extraña cualidad de entenderse mutuamente, sólo ocurría entre Piveloz y él.

En seguida, Piveloz voló a otro árbol, y le indicó otro nido construido entre un verdadero enjambre de hojas. Desde el suelo parecía como un fruto o una piña, pero para nada un nido si no se era experto en ellos. Joel sabía que tenía que estar, en este su primer día como guardián de nidos, atento a las instrucciones de Piveloz; entre otras cosas, porque desde su altura divisaba mucho mejor todos los peligros que podrían presentarse. Pero eso, no era excusa para estar pendiente a cualquier movimiento de hojas, ruidos extraños o miradas inoportunas. Por suerte, a Joel no le daban ningún miedo las serpientes, o los roedores, aunque a las aves rapaces sí que las tenía cierto respeto. Era un niño valiente. Además, en ese rato ya había hecho un buen montón de piedras, para utilizarlas como eventuales proyectiles, y algunos palos para atacar o defenderse a modo de estacas. Así, en esos cuidados, haciendo de centinelas y hablando por contraseñas que habían establecido para que los otros gorriones no entendieran a Piveloz, y muy pendientes de todo, la mañana se les fue pasando poco a poco.

Cuando ya habían transcurrido unas dos horas, y nada interesante había ocurrido, a Joel le pareció oír ruidos extraños, como que se acercaba algún peligro, pero no lograba ver nada. Piveloz, por supuesto lo vio desde lo alto de un árbol, y bajó para hablar con Joel.

-Se acercan niños, seguramente del pueblo – le dijo-. Normalmente no suelen ver los nidos, porque están pendientes de sus juegos y travesuras, más próximas al suelo que a lo que pasa en los árboles. Pero siempre hay que estar observando, por si acaso.

-Pues es un problema, – dijo Joel-. Cómo me vean, me empezarán a preguntar que qué hago aquí solo, y lo mismo, si son del barrio de arriba, que son enemigos de mi barrio, hasta me gastan alguna broma de mal gusto. Por si acaso, voy a esconderme.

Y dicho esto, se ocultó en lo bajo de un gran árbol, cuyas raíces hacían en la arena del suelo una especie de gruta o cueva. Joel se metió en ella y disimuló la entrada con ramajes que encontró por los alrededores.

Cuando llegaron los niños, hubo la mala suerte que el viento desprendió una piña de una rama y ésta cayó al suelo a los pies del mayor de todos. Eran cuatro chavales de edad, más o menos, la misma que la de Joel. Piveloz los observaba desde una rama alta situada a su espalda, pues disimuladamente había volado detrás de ellos.

-¡Cáscaras! – exclamó el niño rubio con pelo rizado-. Por poco me da en la cabeza. Y con un gesto casi instintivo, miró hacia arriba. En realidad, todos miraron hacia arriba, y fruto de la casualidad, el viento hizo que las ramas de los árboles se movieran durante unos segundos, suficientes para dejar a la vista lo que parecía un nido de pájaros.

-Me parece que he visto un nido – dijo el más pequeño de estatura-. ¿Por qué no subimos a ver qué hay?

-¡Eres tonto o qué! – replicó el pecoso- ¿No ves que está muy alto? Si quieres subir allá tú, yo espero aquí abajo.

-¿Para qué subir si podemos hacer que el nido baje? –dijo el de pelo rizado y que era el líder de la pandilla– Tiraremos ramas o piedras para ver si conseguimos que se caiga. Seguro que hay huevos o pajarillos que podemos coger.

Mientras los niños se afanaban en buscar ramas y piedras para arrojar hacia arriba, en dirección al nido, Joel y Piveloz lo estaban observando todo. Joel, no sabía qué hacer, pues Piveloz le había adiestrado como se protegen los nidos contra animalillos del bosque, pero nada había previsto cuando los agresores de nidos eran niños como él. No sabía si salir de su escondite o permanecer oculto. Seguro que a Piveloz se le ocurría algo, pensó.

Y por supuesto qué así era. Piveloz, que no era la primera vez que tenían que superar estos peligros, hizo una llamada de auxilio a los demás gorriones guardianes de nidos que se encontraban en su zona de alcance, y todos comenzaron, detrás de los niños, a piar y revolotear como si estuvieran en una gran batalla, con la intención de desviar su interés y que se centraran en ellos.

Por supuesto, tanto alboroto captó el interés de los niños, que dirigieron su mirada hacia los gorriones. Cómo si fuera una estrategia ya establecida, se armaron de ramas, y sonriendo se dirigieron hacia los pajarillos con la intención de abatirles a “ramazos”.

Los gorriones guardines de nidos ya sabían lo que les esperaba, y su fingido alboroto que habían comenzado a nivel del suelo, fue elevándose poco a poco, sin dejar de piar y alborotar como si estuvieran poseídos por ataques de histeria o peleándose entre ellos, para salir del alcance de las ramas que portaban los niños en las manos.

Los niños se quedaron mirando, algo desanimados al no conseguir su propósito, pero solo un rato; y dejando a los pajarillos volvieron a prestar atención al supuesto nido.

-No hemos conseguido nada –dijo Piveloz a sus compañeros-. Vuelven hacia el nido.

Sólo quedaba la opción más difícil: trasladar el nido con los huevos hacia ramas más altas o hacia un lugar inaccesible para las ramas y piedras que los niños lanzaran. Pero era una opción muy peligrosa, pues se exponían ellos mismos, y no sólo el nido, a ser los blancos de sus proyectiles. ¡Necesitaban que Joel interviniera o estaban perdidos!

-¡Joel! ¡Joel! –gritaba Piveloz llamándolo- ¡Necesitamos tu ayuda! ¡Haz algo!

-¡Pinturas!, ¡Montaña! ¡Pecas! ¡Piraña! –gritó Joel saliendo de su escondite y llamando a los niños por sus apodos conocidos – ¡Quietos un momento! No se os ocurra hacer lo que imagino estáis pensando o lo lamentaréis.

-¡Hombre!, pero si está aquí el tontito de Joel, – contestó Piraña, el niño con el pelo rizado – ¿Se puede saber de dónde sales tú?

-Estaba dando un paseo persiguiendo a una enorme serpiente que acabo de ver –mintió Joel-. Y es cuando os he visto y oído. No os aconsejo hacer lo que creo que vais a hacer, porque eso que veis no es un nido, sino un enjambre de avispas. Lo he visto otras veces y os aseguro que es cierto.

Joel dijo esto en voz muy alta para que le oyera Piveloz, que entendió enseguida el mensaje y organizando su escuadrón de guardianes de nidos, se dirigieron hacia el lugar que sabía había un enjambre de avispas de suficiente pequeño tamaño para que entre todos los pájaros pudieran soltarlo de su tronco y desplazarlo hacia la dirección del nido.

-¿Te crees que somos tontos o qué? –respondió Pinturas el pecoso– lo de la serpiente y las avispas te lo has inventado. No sé lo que haces aquí, pero como nos interrumpas te vas a enterar.

-Os digo la verdad – respondió Joel intentando ganar tiempo–, la serpiente no tiene que estar muy lejos y hay que tener cuidado. Es mejor alejarse. Además, como os digo, no es un nido, sino un avispero. Joel sabía que Pinturas y Pecas tenían miedo a las serpientes, y quizás convencieran a los otros dos de irse.

Por suerte, Pinturas y Pecas, que en verdad temían a las serpientes, cambiaron la expresión de su cara y dijeron a Piraña y Montañas que mejor ya volverían otro día, por si Joel tenía razón. Sin embargo Piraña no estaba nada convencido, y en un rápido movimiento de su brazo, lazó una piedra hacia el supuesto nido. Por suerte no acertó a darle.

-¿Pero qué haces, so bruto? –Le salió del alma a Pinturas.

-Demostrarte que este blandengue no dice la verdad –respondió Piraña. Y volvió a coger otra piedra del suelo.

Joel, en un acto de valentía que jamás se le hubiera ocurrido en el colegio o en las calles del pueblo, se lanzó contra Piraña y los dos cayeron al suelo. Por supuesto, Piraña era mucho más fuerte que Joel, y en seguida se zafó de él, no sin antes darle algunos golpes y patadas. Joel rabioso se levantó y arengó a los otros para que le siguieran en su mentira, intentando convencerles que quería protegerles.

-¡Hacerme caso, es verdad lo que digo! No dejéis que Piraña lance piedras o van a salir las avispas y nos tocará correr.

Mientras esto decía, Piveloz y los demás gorriones guardianes de nidos, habían llegado ya al lugar con el pequeño enjambre de avispas. Y agitándolo contra una rama, empezaron a salir un buen número de avispas, las cuales al ver a los pájaros, temieron por su vida y dirigieron su vuelo hacia el suelo dónde se encontraban los niños. Además, en ese preciso momento, varios matorrales de detrás de los niños comenzaron a moverse y a hacer un ruido y sonidos raros, que Joel aprovechó:

-¡Lo que os decía, las avispas nos atacan y la serpiente está detrás de esos matorrales!

Sin pensárselo dos veces, Pinturas y Pecas, que eran los más miedosos, comenzaron a correr en dirección al pueblo, y aunque Piraña y Montañas aún permanecieron unos segundos quietos, la presencia de las avispas y la duda de la serpiente, les hizo seguirles. Joel, para disimular, también corrió detrás de ellos, como si también estuviera asustado. Cuando llegaron a la fuente de piedra, ya a salvo de peligros, se detuvieron para comprobar los daños. Pecas decía que tenía picaduras de avispa en la pierna, y que le dolían mucho, por lo que se fue a su casa para que su madre le diera pomada anti picaduras. Pinturas, del susto, se había caído cuando corría y rozado con ramas y piedras, por lo que le sangraban ligeramente las rodillas. Poca cosa, pero las heridas de la aventura las tenía. Por su parte, Piraña y Montañas, no tenían nada, y miraban a Joel amenazantes.

-¡Qué pasa! –Les dijo Joel–. Sólo he querido protegeros.

-No estoy seguro del todo. Ya veremos mocoso. –Dijo Piraña-. Volveremos mañana para ver bien si es verdad. A mí me sigue pareciendo un nido.

Pero entonces… ¿De dónde han salido las avispas? –Decía para sí Montañas, aunque hablando en voz alta.

-Es todo muy raro. ¡Vámonos! –Dijo Piraña a Montañas. Y se alejaron de la fuente.

Joel, para no levantar sospechas, se quedó un largo rato sentado en la fuente, y cuando estuvo seguro que no le veían, volvió al bosque dando un pequeño rodeo, como si se dirigiera hacia otro lugar. Cuando llegó al sitio donde debería estar el nido, no vio nada. Y llamó a Piveloz.

-¡Piveloz! ¡Piveloz! –gritó, pero nadie respondía.

Cansado de gritar y llamar a Piveloz, se sentó en una enorme raíz. Pensaba que para ser su primer día de guardián de nidos, había sido un susto muy grande. No sabía que había sido del nido, ni de los gorriones, pero estaba seguro que estarían bien. Confiaba en Piveloz. La verdad, pensaba en esos momentos, es que los pajarillos de lo que más se deben de cuidar es de los peligros de los humanos, porque son los más inesperados. Se estaba ahora dando cuenta que los verdaderos peligros para los animales, y los mayores alteradores del orden normal de la naturaleza eran los hombres; niños y niñas, que con sus acciones ya intencionadas o ya travesuras, ponían en peligro el hábitat de plantas y animales. 

Se hacía tarde y ya iba a volver a casa, cuando apareció Piveloz.

-¡Muchas gracias por tu ayuda Joel! –dijo Piveloz–, sin ti lo hubiéramos pasado muy mal esta vez. Por suerte, tu estrategia de las avispas y la serpiente ha dado resultado. Además has sido muy valiente. Les he explicado a los demás gorriones guardianes de nidos lo que has hecho y te están muy agradecidos. Por cierto, no había ninguna serpiente detrás de los matorrales, eran las ardillas haciendo ruido. Por esta vez nos han ayudado. Y no te preocupes por el nido, lo hemos trasladado a un lugar más seguro. Otro día te indicaré dónde está.

Y diciendo esto, Piveloz voló hasta una de las rodillas de Joel. El niño le tendió la mano y Piveloz, de un salto, se posó en ella. Joel la elevó de tal forma que los ojos del gorrión estaban frente a los suyos. Se miraron fijamente durante un instante y comprendieron, justo en ese momento, que su amistad ya no tenía vuelta atrás, y que serían uña y carne, amigos inseparables, hasta que uno de los dos dejara el mundo de los vivos. Joel, en ese momento, pues no es más que un niño, poco sabía que sería él, el que finalmente sufriría por la pérdida del amigo íntimo. Pero no os preocupéis, hasta que eso llegue, aún quedan muchas aventuras, peligros, risas, juegos, complicidades y vivencias que juntos pasarán y que iremos descubriendo poco a poco.

¡Estar atentos a los próximos capítulos!

Publicado por Sergio Alonso

Sin amor, la vida es hacer tiempo.

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