La lluvia ya no salpica

Llovía mucho; quizás demasiado para lo que solía llover los últimos años. Pero nada comparado con lo que recordaba de como llovía cuando era niño. Entonces el pueblo se ponía impracticable en los días de fuertes lluvias. Recordaba cómo, en la multitud de charcos que se formaban en las calles, -todas de tierra, sin asfaltar-, con su color y olor de tierra pisada y modelada por ruedas, zapatos o pezuñas de ovejas, vacas y caballos, las gotas de lluvia caían con tal fuerza, que rebotaban, formaban ondas circulares en los charcos, y volvían a caer salpicándolo todo. Recodaba que, entonces, a pesar de esos días de lluvia, en los que todo eran barros y suciedad, los pueblos –su pueblo- estaban llenos de vida. De esa vida que se vivía al aire libre, en la calle…, en las eras…, en los campos…, en los corrales…, entre cercados y majadas…, en las lindes de los arroyos…, y bajo el sol, las nubes o las estrellas. De esa vida que te hacía ser plenamente consciente de ser parte de un mundo al que había que sacarle todo el provecho de que fueras capaz. De exprimir al máximo la capacidad que cada cual tenía para extraer de la vida lo mejor que tenía.

Ahora, su pueblo tiene las calles asfaltadas, pero nadie ya las mancha. Apenas hay animales, y, lo que es peor, apenas hay personas. Se han quedado prácticamente vacíos, tristes y sin vida. Y la soledad se percibe y se respira en el ambiente.

Mira con nostalgia caer la lluvia, y piensa, siendo ya anciano, que esta lluvia ya no salpica como la de antes.

Publicado por Sergio Alonso

Sin amor, la vida es hacer tiempo.

2 comentarios sobre “La lluvia ya no salpica

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