El cielo es hoy amarillo. No azul, ni gris, ni rojizo…, sino amarillo; y de un amarillo que parece que la tierra ha sido absorbida por el sol y se encuentra en su interior. Por ello, es imposible poder soportar el calor seco y abrasador sin estar a la sombra.
Miro a mi abuelo. Nos miramos sentados a la sombra de la caseta que tiene en el majuelo. Agarra su bota de vino y echa un trago. Un buen trago de ese vino que todos los años se esfuerza en elaborar, poco a poco y con mucho cariño, como me dice. Y contemplo los racimos dorándose al sol para grabar en mi memoria ese momento.