– Es muy bonito lo que está usted pintando – dijo la chica-. Llevo minutos observando su cuadro.
El pintor no se volvió a mirarla. Siguió unos segundos dando retoques al color azul como si no la hubiera oído o el comentario no fuese dirigido a él.
– La mayoría de las personas – dijo al poco rato– que se paran a verme trabajar, suelen decirme lo mismo.
Aunque la respuesta no había sido muy cortés, la chica insistió.
– ¿Puedo preguntarle algo? – y sin esperar respuesta, continuó– ¿Por qué mira o parece inspirarse en el paisaje que tenemos delante, si luego lo que pinta en su lienzo no se parece, o diría yo, que es otra cosa diferente?
Tampoco ahora hubo una respuesta inmediata. Como la vez anterior, daba la impresión de que el pintor no la había oído, pues siguió a lo suyo, ahora con un color ocre para dar realce a lo que parecía ser una especie de plataforma. El lienzo difuminaba un grupo de personas, acercándose a un lugar, bajo un cielo muy amarillo, como si el sol lo llenara todo.
– Mirar no significa ver –dijo al fin–. Lo que yo veo cuando miro, no se corresponde, seguramente, con lo que usted ve. Miramos lo mismo, pero percibimos cosas y sensaciones diferentes. Yo miro con el corazón, con el alma y con mis sentimientos, y usted solo mira con los ojos. Por eso no vemos lo mismo.
Y la chica se sentó en una piedra a su lado para seguir mirando, porque quería aprender a mirar con el corazón.
Porque lo esencial es invisible a los ojos… 😉
Me gustaMe gusta