El equipo del cura.

Ha llegado el gran día. Patricio se viste rápido y mete en su bolsa de deporte todo lo necesario: botas, pantalón, camiseta, medias, espinilleras, botella de agua y su muñequera de la buena suerte. Luego se va a la cocina para desayunar. No tiene mucho tiempo, pero tiene hambre. En ese momento su padre entra también en la casa y le pregunta que hace aún desayunando. Patricio le dice que se está preparando para ir a jugar un partido de fútbol a la era de detrás de la fábrica de quesos.

– Lo siento, pero no – dice su padre -. Te recuerdo que hoy tienes que colocar todos     los sacos que hay en la panera.

– ¡Papá, no…, por favor! Ya lo haré otro día. Que hoy es sábado y Don Pepe va a escoger a los mejores para formar el equipo.

– Ya te he dicho que no es posible. Tienes que ayudarme porque yo no puedo entretenerme – dice el padre marchándose.

Patricio se queda con los ojos cargados de lágrimas. No es justo -piensa para sus adentros-. Sabe de sobra que los sábados por la mañana tiene que ayudar a su padre en las tareas que le encarga, pues durante la semana las clases y los deberes se lo impiden. Es un chico estudioso y obediente.  Pero contaba  con este partido. Era su ilusión. Había pensado en él durante toda la semana. En el pueblo, todos los chicos querían jugar en el equipo del cura. Y él sabía que era de los mejores. No es justo. Harán el equipo sin él.

Triste, sube a la parte alta de una de las paneras desde dónde se ven las eras. A lo lejos, los otros niños juegan. Parece que nadie le echa de menos. Su vida, a los 12 años, es una ruina. Y los ojos se le llenan de lágrimas.