Cuento ganador del X Certamen literario Manuel Pérez Yuste, bajo el seudónimo de Teófilo Rueda Villarramiel. 2015
Los artesanos ya habían salido, y como de costumbre, él se quedaba a organizar el taller; recoger toda la herramienta, colocar los bancos de trabajo, y en fin, efectuar la limpieza general: barrer el taller, apiñar virutas, llenar sacas para venta a los almacenes de leña, limpiar ventanas, tapar figuras para protegerlas del polvo…, y un sinfín de actividades varias.
Se aproximaba la fecha en que la monumental falla tendría que salir a la luz. Nacer después de la creación, como a él le gustaba pensar. Así se sentirán los niños cuando, en el vientre de la madre, piensan en la ruidosa vida que hay al “otro lado”, se decía. Cada una de las figuras que componen las creaciones falleras son igual que los fetos en el vientre de la madre: se van haciendo…, poco a poco. Primero como algo tosco y grosero. Luego van apareciendo formas, curvas, expresiones, sensaciones, luz, colores, sonrisas, dientes, ruedas, llantos, y tantas cosas más. ¡Es increíble! Algún día yo también seré un Dios del Olimpo y crearé mis propios héroes, pensaba. A unos les haré hablar con melodías deliciosas. Otros tendrán fuerza descomunal, ó belleza celestial, o veinte brazos y cuarenta piernas, ó árboles con ojos y orejas ó…
Charli estaba en estos pensamientos, que por cierto tenía un día sí y otro también, en las fechas próximas a la Plantá. A los 17 años era aprendiz en el Olimpo, un taller de carpintería especializado en la fabricación de fallas y otros trabajos finos y artesanos, tal como rezaba su eslogan, amontonando virutas y restos de cartón tela…, cuando siente que alguien le llama.
– ¡Mi señor, mi señor!
Por más que miraba, Charli no conseguía saber de dónde venía la voz, aunque casi aseguraba que venía de detrás de la tela que cubría la falla.
-¡Mi señor, mi señor!, -seguía repitiendo la voz.
Charli dejó el cepillo barredor y se encaminó a rodear la alta estructura, pensando que alguien había entrado en el taller en busca de alguno de los ebanistas o artesanos, y fue a su encuentro.
Más cuando pasaba por el lado derecho de la estructura, sintió un golpe de impresión que casi le deja sin respiración. Ya le era conocido, pues todos los personajes de la falla les había ido viendo crear de la nada con trozos de madera, cartón-piedra, telas, cera…; les había visto modelar, lijar, pulir, pintar y decorar, con tal mimo, que en muchas ocasiones los artesanos le gritaban fuertemente para que siguiera con su trabajo, dado el entusiasmo con el que admiraba a aquellos Dioses creadores de un paraíso.
Eso era para él ese trabajo: ser un Dios creador. Uno de los Dioses del Olimpo creador de héroes, ninfas, diosas, huríes…, y seres maravillosos, concebidos sólo en la imaginación de sus creadores.
Es cierto, -pensaba Charli-, que para la comprensión de ignorantes turistas y curiosos, había, a veces, que darles parecido con algunas caras conocidas, pero no siempre tenía por qué ser así.
Charli imaginaba muy a menudo conversaciones e historias con la mayoría de los ninots cuando se encontraba solo en el taller. Incluso hablaba en voz alta con ellos y tenía conversaciones. ¡Pero siempre era su voz la que, con diferentes tonos, preguntaba y respondía!
Sin embargo, esta vez no había sido su voz. Estaba convencido. Por ello, la impresión fue tanta en un primer momento. La voz era de un ninot; un chaval gordinflón, con mofletes rellenos y muy rojos, pelo negro con corte al estilo chino, que le hablaba por una rendija de la tela que cubría la falla. En teoría, -aunque a Charli no le gustaba demasiado el futbol- representaba a un jugador de fútbol muy conocido en todo el mundo, pero en su opinión estaba tan exagerado que lo único que se le parecía era la camiseta del Barça. ¡Por supuesto, si había que ser de un equipo, para eso estaba el Valencia! ¡Faltaría más!
– ¿Cómo es el mundo de fuera? Presto mucha atención a mis padres durante todas las horas que pasan conmigo…, pero me confunden, – preguntó el chaval gordinflón.
-¿De qué mundo hablas? – le dice Charli.
-Del que nos espera cuando al fin salgamos a la fiesta de las antorchas. –contesta el chaval gordinflón.
El chaval gordinflón hacía un gran esfuerzo por mantenerse erguido. Dentro de la gran tela se sentía un gran alboroto de voces, movimientos, crujidos de tablas, temblores y otras sensaciones que hacían pensar que dentro…, ¡había vida…, y muy bulliciosa!
-Estaré majara, -pensaba Charli. Pues no he creído que este ninot me hablaba. ¡y encima le he respondido, como un idiota!
Era una falla montada sobre una gran montaña rusa. Los diversos personajes subían y bajaban por sus colinas y montañas, igual que la popularidad de la corta vida de “héroes” y “famosos” de que disfrutan algunos en la vida real – esa era su temática-: los altibajos de los famosos “o famosillos”, que tan pronto están en la cima de la popularidad, como descienden al hondo valle del olvido.
Pero todos querían adelantar al que tenían delante de las vías de la montaña rusa, pues lo que más les divertía es “subir a costa de otros” y hacer “bajar” al personaje que adelantaban. ¡Es estupendo! ¡Y muy divertido!
Dentro de la tela, la falla era un hervidero de actividad de los personajes. Como si fueran personajes de Toy Story, que Charli había visto muchas veces, pero en la realidad del taller.
Charli no sabía si estaba siendo realidad o solo era su imaginación que le estaba haciendo una mala jugada, pero sintió, por dentro, que tenía que contestar al chaval gordinflón.
-Es maravillosa, -contestó Charli -. Seréis los héroes durante toda vuestra vida. La gente os
admirará, harán montones de fotos y filmaciones de video. Cantarán y bailarán en vuestro
honor. Habrá grandes fiestas con fuegos artificiales, música y alegría todo en vuestro honor.
-¿Y tú no participas? – dijo el chaval gordinflón
-Sí, claro. Yo seré uno de vuestros admiradores – dijo Charli.
-Pero no es lo mismo. Siento que no seas uno de nosotros –le respondió el chaval gordinflón
-No te preocupes – contestó Charli. Vosotros los “famosos” tenéis una vida de dioses. Plena de reconocimientos, alabanzas y deseos. Pero también de envidias, engaños y traiciones. Como la nuestra…, pero más corta.
-¿Más corta? ¿a qué te refieres? – dijo el chaval gordinflón. Según me cuentan…, parece eterna.
-Eterna es. Depende de como se entienda. – respondió Charli. Unos días vividos a plenitud
pueden ser igual de completos y placenteros que nuestra vida, por muchos años que
transcurran. Si lo piensas, no nos diferenciamos tanto. Nosotros vivimos más años, pero para tener alegrías, la mayoría pasan por muchas penalidades y tristezas. Y al final morimos igual que vosotros…, pero de otra forma.
-¿Morir? ¿Qué es? –preguntó el chaval gordinflón. Oigo a nuestros padres artesanos que los que más suerte tienen se les salva para ir al Palacio de los Dioses, pero a los demás tampoco les va mal con el fuego purificador.
-No lo entenderías –contestó Charli. Yo tampoco lo entiendo aunque me parece que vuestra vida, en corto espacio de tiempo, es más plena y satisfactoria. Adiós, ya tengo que irme. Se me hace tarde. Mañana seguimos hablando. Y salió aturdido a la calle.