AZUL Y VERDE

Era su segundo día en el hotel. Durante el desayuno R., apenas se había fijado en nadie, aunque se consideraba un buen observador. Personas, objetos, situaciones, ambientes, y sobre todo, miradas, no solían escaparse a su análisis y valoración. Solo internamente, para él. le gustaba analizar todo y  que nada se escapara. Nada. Pero hoy no era ese día, tenía otras preocupaciones.

Sin un plan preconcebido, en bañador y con la toalla y un libro en la mano, bajó en dirección a la playa por el camino privado del hotel. El mediterráneo ofrecía esa mañana de mediados de septiembre… ¡y aún de verano!, un color azul verdoso intenso, y el horizonte un azul celeste, con un sol,  que disputaba a las pocas nubes que se habían atrevido a salir, su liderazgo en el cielo. Alquiló una hamaca y se sentó a disfrutar de la brisa y del bello cuadro Sorollano que sus ojos contemplaban.

S., llevaba 3 días en la pequeña localidad costera, pero no acababa de aclimatarse. Era la primera vez que viajaba sola. Y era, también, la primera vez que se sentía sola.  Pero se decía a sí misma… ¡quería estar sola!

Con su bolsa de playa, dos piezas de fruta incluidas, salió de la habitación. Se había puesto un bikini amarillo con medias lunas azules, y un gran pañuelo verde claro, atado a sobre el hombro derecho, que hacía las veces de chal y pareo. Se sentó en la misma hamaca de la playa de los dos días anteriores y, a través de sus grandes gafas de sol, miraba…, pero sin mirar nada.

– ¡Buenos días!, disculpe mi atrevimiento, la he visto en el restaurante esta mañana. Estamos alojados en el mismo hotel. ¡Qué delicia de paisaje! ¿Verdad? Mi nombre es R.

– ¡Buenos días! – S. volvió la cabeza hacia él, y bajo sus gafas de sol, dos inquietas esmeraldas volvieron a la vida y brillaron intensamente.