Hacía ya más de cuatro años desde su ingreso en la Real Compañía de Guardias Marinas. Camino de Nápoles, el joven guardiamarina, Jorge Juan, estaba sobre cubierta…, mirando dirección barlovento. Una ligera brisa le acariciaba y le invitaba a sumergirse en sus pensamientos. Eran esas horas, de crepúsculo melancólico, que el mar Mediterráneo sabe bien mezclar en mentes y pensamientos. Sobre todo, si es una mente ávida de ciencia, artes e imaginación, como la suya.
Mientras la fragata parecía querer dormir al mar acariciando su superficie, recordaba los anocheceres, cálidos y apacibles, de su pueblo natal, en contraste con éste que le ofrecía el ocaso del día. Imaginaba estar contemplando una lucha entre zafiros y turquesas, en el cielo, contra oro y carmesí, abajo, en el horizonte. Y los dos bandos, luchar también por querer fundirse con el verde esmeralda del mar, a la vez que pedían que la diosa de la Noche no borrara, aún, esas figuras caprichosas que, en lo alto, jugaban a ser nubes.
¡Y anochecía en alta mar!
Muy chulo👏👏👏
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Precioso Sergio
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Gracias Fuencisla. Un beso
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