
Intento gritar con todas mis fuerzas pero no me salen las palabras. Mi boca está dormida. El terror me cae por las mejillas en forma de lágrimas, y un fuerte escalofrío recorre mi cuerpo. Paralizado de pies y manos no acierto a escapar. Es más, me es imposible.
Caído en esta infernal caverna… -¡Por suerte he quedado boca arriba!-, presiento llegar al espantoso monstruo de ojos saltones y, aunque no consigo distinguir su boca, no tengo dudas de que me absorberá de alguna forma.
No siento dolor, pero sí miedo, mucho miedo. Y ese chirrío continuo que –imagino-, hace con su vientre, cómo relamiéndose de gusto, me aterra. Pero no veo nada porque, aunque pudiera, me es imposible abrir los ojos. Mis párpados están sellados, paralizados también. Y la oscuridad me hace temblar y pensar cosas horribles. Muevo la cabeza ligeramente, pero sigo sin poder mover el cuerpo. Y otra vez ese chirrío o ruidito, cuando algo asqueroso me entra en la boca. No puedo cerrarla, aunque lo intento. Noto algo líquido que me refresca los dientes. ¡Por Dios…, no sé lo que aguantaré!
Y por fin… algo de claridad. Confuso y aterrado miro al monstruo…, y oigo palabras…
-¡Mira qué perfecta ha quedado la reparación!, −dice el dentista a su ayudante.

Qué angustia hasta el final.
👏👏👏
Me gustaMe gusta
😉 Un beso.
Me gustaMe gusta
La próxima vez que sea con óxido nitroso, Sergio, aunque en esta línea dramática que has adoptado últimamente, te veo capaz de contarnos en un próximo relato la trágica historia del descubridor de su aplicación en el campo de la odontología, Horacio Wells. 😉 Un abrazo.
Me gustaMe gusta
😉 Un abrazo
Me gustaMe gusta