La Carabina

Una de las cosas maravillosas que antes tenían las fiestas de los pueblos, era que, entre las atracciones de feria, siempre venían atracciones para disparar. Bueno, para ser más exacto, a mi pueblo venía solo una, además, de una familia algo rara. Pero eso era lo de menos. También tenían una churrería. Y como todos los chicos, más de media paga la gastaba en unos minutos disparando con la carabina de perdigones.

Ansioso hasta que te tocaba tu turno, la espera se hacía insufrible. Allí se podía emular a los pistoleros de las películas de vaqueros apuntando a palillos y bolas. Y, aunque ponía todo mi empeño, ¡era dificilísimo acertar! Por lo general, todos los chicos teníamos la sensación de que los dueños tenían las carabinas “trucadas” y “desviadas”, para que fuera muy difícil conseguir un premio. Desconozco si era verdad, pero era lo que todos pensábamos.

Cuando se tienen 10 años, tener siquiera fuerza suficiente para abrir las carabinas era todo un orgullo. Había que doblarlas por la mitad, para que tomaran aire. Luego introducir el perdigón. Te daban 3 perdigones por 10 pesetas, y 7 por 20 pesetas. Después volver a cerrar. Posicionarse, mirar por la mirilla, mantener el pulso, apuntar bien al palillo… ¡disparar!… y, con suerte, conseguir un chicle, un pepinillo, o un muñeco, aunque esto último casi nunca lo presencié.

Lo de menos eran los premios. ¡Lo importante era disparar!

Publicado por Sergio Alonso

Sin amor, la vida es hacer tiempo.

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